por Katherine Kam, New America Media
Translation by New America Media
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Los Angeles — Se puede curar el odio? La pregunta ha sido central en la vida de Tim Zaal durante las últimas dos décadas.
Cuando Zaal tenía 17 años, él y sus amigos fueron una noche en busca de pelea en West Hollywood. Cerca de un local muy frecuentado, divisaron a un grupo de jóvenes y persiguieron a un indigente gay, de 14 años, hacia un callejón. Mientras el muchacho estaba tumbado en el suelo, Zaal le dió una patada en la frente con una bota con clavos afilados, dejándolo inconsciente.
Cuando tenía unos 25 años, Zaal y otros tres skinheads atacaron a una pareja iraní con un niño pequeño con quienes se habían encontrado en un estacionamiento de un supermercado. El crimen llegó a ser titular periodístico en el Sur de California y lo encarcelaron. También hizo que Zaal tuviera fama en los círculos de supremacistas blancos.
Zaal, que ahora tiene 53 años, habla con frecuencia acerca del pasado al que ha renunciado en el Museo de Tolerancia de Los Ángeles, el cual estudia el racismo y el prejuicio, incluyendo los eventos del Holocausto.
El museo ha cambiado la vida de Zaal de maneras sorprendentes.
Cuando Zaal conoció a Matthew Boger, el director del museo, los dos hombres intercambiaron historias vitales. La madre de Boger lo echó de su casa del Norte de California cuando le dijo que era gay. Después de años viviendo en la calle, forjó una carrera profesional exitosa como colorista de cabello antes de unirse a la plantilla del museo.
Cuanto más hablaban, más se dieron cuenta de que sus caminos ya se habían cruzado antes. Boger, ahora con 50 años, era el adolescente gay que Zaal había maltratado hacía décadas. Después de saldar cuentas larga y dolorosamente, los dos se hicieron buenos amigos – como familia, según Boger. Cuando su pareja murió de cáncer, Zaal fue el primero en estar a su lado. Boger ha dicho públicamente, “Le confiaría mi vida a él”.
Pero dice Zaal que sigue luchando con la vergüenza y remordimiento que siente por haber dañado a gente inocente durante su juventud. Durante una conferencia en el museo, un asistente del público preguntó, “Matthew te ha perdonado. Dios te ha perdonado. ¿Pero te has perdonado a ti?”
Es un proceso continuo, dice Zaal. “Depende del día y de cómo me siento acerca de perdonarme”.
No hay una manera uniforme de tratar el odio
Christian Picciolini es director de ExitUSA, un programa sin ánimo de lucro que apoya a hombres y mujeres que salen de grupos de odio. “La comunidad de salud mental necesita seriamente capacitación”, dice Picciolini, que pasó ocho años en un grupo neo-Nazi de Chicago. “Muchos de los casos en que trabajo tienen que ver con una condición de salud mental”, observa, como la depresión o la esquizofrenia.
Edward Dunbar está de acuerdo. Dunbar es un profesor clínico de psicología que ha estudiado crímenes de odio en Los Ángeles y ha escrito con detalle acerca de los grupos de odio y violencia. También ha aconsejado a delincuentes.
“No estamos seguros de qué hacer o cómo hacer algo con estos individuos”, dice. “No tenemos una manera uniforme”,
Durante años, Dunbar ha adaptado sus propios métodos para aconsejar a delincuentes de crímenes de odio, incluyendo evaluarlos por enfermedades mentales, explorando los factores que los llevó a cometer el crimen de odio, y ayudarles a hacer planes prácticos para rehacer sus vidas lejos del racismo y la violencia.
Agrega que muchos de los delincuentes con quienes trabaja vienen de un ambiente familiar con problemas.
“Son muchachos angustiados, muchachos que están perdidos”, dice. “El problema principal de estos individuos no es realmente el prejuicio. El problema principal es que tienen una sensación de afiliación con un grupo de personas que tienen tendencia hacia la violencia, una forma de vida anti-social. Es un lugar para hacer vínculos y conectar”.
“Si les podemos dar otra cosa con la que fuera posible hacer vínculos y conectar, de repente los prejuicios ya no les importan”.
Alrededor del 70 por ciento de los que contactan con ExitUSA son hombres y el 30 por ciento son mujeres, dice Picciolini. El rango de edad va desde los 15 años de edad hasta personas de cincuenta o más.
“Escucho mucho y busco los baches, lo que les falta”, dice. “Entonces lleno esos baches ayudándoles a encontrar capacitación para el empleo o eliminación de tatuajes o terapia de salud mental”.
Una vez que mejoran su vida, la ideología se desintegra.
Como ‘Salir de un culto’
Los graduados de ExitUSA se unen a la red de “antiguos” del programa, aquellos que han dejado los grupos de odio y ahora se dedican a ser mentores. Unos 100 antiguos están conectados ahora a través de ExitUSA. Tim Zaal es uno de ellos.
Hoy Zaal hace de mentor a “tres antiguos skinheads”, dos en California y uno en el este. “Es imprescindible que tengan con quien identificarse, que sepa el idioma, que conozca la mentalidad”, dice Zaal. “Es como un miembro previo de un culto ayudando a un miembro de un culto a salir de un culto”.
Zaal dice que durante su juventud él existía en una burbuja de racismo blanco. “Todo era ‘el enemigo, el enemigo’. Repito, es como un culto”.
Se involucró con una mujer que ya estaba muy metida en el movimiento de los skinheads y tuvieron un hijo. “Criamos a nuestro hijo en ese ambiente”, dice Zaal. Pero como con muchos antiguos racistas, comenzar una familia obliga a una toma de conciencia.
Zaal recuerda el día cuando llevó a su hijo, ya con dos años, al supermercado local. Un afroamericano nos pasó. “Solo era un niño pequeño sentado en un carrito de la compra como cualquier otro niño y señaló con el dedo y dijo, ‘Mira, papi, allí hay un n… grande y negro”
El hombre sacudió la cabeza en repugnancia y se fue. “Pero eran las mujeres que estaban en el mismo pasillo las que de verdad me afectaron. ‘¿Cómo podíamos enseñar a un niño inocente palabras tan llenas de odio?'”
Zaal dice, “Probé la vergüenza. Bajé la cabeza”.
En 1996, Zaal dejó el movimiento. Pero después de años de intentar evitar a gente de color, “Tuve que aprender a sentirme cómodo con gente que no era blanca”, explica.
Su nueva vida tomó giros imprevistos. Después de romper con la madre de su hijo, tuvo una cita doble con una mujer que era de Tejas y que, aunque él no lo sabía, era judía.
“Nos llevamos muy bien y cuando la acompañé a la puerta, me miró y me dijo, “Espero que sepas que soy judía. ¿Te molesta eso?”
“Destruyó totalmente mis ideas preconcebidas. Pero conoces a alguien por ser una persona primero, no solo una etiqueta”, dice. Los dos siguen casados.
Con respecto a su trabajo con el museo, Zaal dice que es emocionalmente agotador seguir hablando de su pasado, pero también es un forma de expiación. Siente una sensación de propósito, dice, cuando mira a las caras de los estudiantes del público. “Es terapéutico cuando veo encenderse la luz. Vale la pena”.
Esta nota se produjo mediante una cooperación entre New America Media y el proyecto de ProPublica Documenting Hate.
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